Cuando uno se reconoce como un conocedor de los videojuegos, hay nombres que uno no puede dejar de conocer. Tenemos en placas doradas dentro del intangible museo del gaming a Hideo Kojima, Satoru Iwata, Koji Kondo, Satoshi Tajiri, Shigeru Miyamoto… todos ellos con su mérito y gloria, por supuesto. Pero hemos sido injustos.
Lo hemos sido con un nombre que hemos dejado de lado, un nombre sin el cual los otros nombres quizá serían brillantes, pero por razones muy distintas a las que conocemos. Un nombre que deberíamos repetir, al menos una vez al año, en honor a nuestras consolas: Ralph H. Baer, conocido también como el padre de los videojuegos.
Prepárate un chocolate con leche, acomódate en tu lugar y prepárate para leer la historia de cómo un hombre nacido en un contexto de guerra prefirió utilizar sus talentos, conocimiento y dinero en crear juguetes con el naciente mundo de los componentes electrónicos.
De Alemania para el mundo
Rudolph Heinrich Baer fue el nombre que le pusieron a aquel niño nacido en el seno de una familia judía el 8 de marzo de 1922, en la independiente comunidad de Pirmasens, en Alemania. Y si has puesto atención al lugar y momento de esta historia, sabrás que no le esperaba nada bueno.
En su adolescencia, Rudolph fue expulsado de su escuela por el simple hecho de ser judío, y fue obligado a ir a una escuela exclusiva para sus semejantes. Era 1936 y la persecución contra su pueblo, aunque aún no tan grave como llegó a ser, ya comenzaba a sentirse.
Sus padres, Leo Baer y Lotte Kirschbaum decidieron que lo mejor era huir del país antes de que las cosas empeoraran y en 1938 decidieron migrar a aquella tierra prometida llamada Estados Unidos, dos meses antes de que ocurriera la terrible Kristallnacht (el punto de inflexión en el ataque del Nazismo contra los judíos).
Al ser sólo un adolescente, Baer consiguió pronto su nacionalidad estadounidense y lo comenzaron a llamar Ralph Henry Baer (una traducción de sus nombres alemanes). Por mucho tiempo fue un autodidacta en su nueva tierra metido en un trabajo de fábrica que le daba 12 dólares a la semana. Pero un anuncio en una parada de autobús cambió su vida… y la nuestra, de hecho.
El Maravilloso Mundo Electrónico
Ese anuncio ofrecía la oportunidad, a cualquier interesado, de estudiar la construcción de electrónicos. Para conocer el momento en que esto ocurre, recordemos que el primer transistor, el dispositivo que revolucionó la informática y la electrónica, no apareció hasta 1947.
Así que la curiosidad de Baer no podía llegar en mejor momento, aunque podría parecer lo contrario, porque se graduó del Instituto Nacional de la Radio como técnico en 1940… y la guerra estalló. Para 1943, ya naturalizado estadounidense, fue reclutado por el ejército y enviado a la guerra, pero no al frente de batalla.
Pero la fortuna seguía de su lado: con sus conocimientos técnicos, los aliados consideraron que Bauer serviría mucho mejor en el servicio de inteligencia con sede en Londres, por lo que en 1946 Baer volvió a casa no sólo íntegro, sino con sus conocimientos ampliados gracias a la educación otorgada por la Ley G. I.
Así obtuvo en 1949 un grado de Bachiller en Ciencias en Ingeniería de la Televisión, una certificación única en el mundo, otorgada por el Instituto de Tecnología de la Televisión (Norte)Americana de Chicago.
Baer el constructor
En 1949 entró a trabajar a una pequeña compañía de utensilios médicos eléctricos, donde diseñó y construyó sus primeras máquinas: una depiladora, máquinas de corte quirúrgicas y un estimulador muscular. Todo un revolucionario en su época.
Por eso se convirtió en uno de los principales ingenieros de Loral Electronics, en el Bronx de 1951, quienes trabajaban en creación de hardwara para la mismísima IBM. ¿Que qué tan bien le fue? Podemos ahorrarnos los detalles diciendo que para 1956 logró fundar su propia compañía: Sanders Associates, en Nahua, New Hampshire. En la actualidad aún existe, pero es parte de BAE Systems Inc.
Pero en ese momento, ya tenía una idea plantada en la cabeza. Con todo su conocimiento en televisión, pensó que esos aparatos podían ser más que un medio de comunicación, o una forma de recibir historias fantásticas: ¿qué tal formar parte de ellas? Baer quería sólo una cosa, poder jugar con la televisión.
Estamos hablando de un par de años antes de la fundación de Sanders Associates. Aún como parte de Loral Electronics, Baer redactó un documento de cuatro páginas a sus superiores con su idea de un juego de video.
La Caja Café
Lo único que hacía su idea potencialmente plausible era el hecho de que las televisiones se habían vuelto accesibles para el público. Claro, no al grado de la actualidad, en que prácticamente cada miembro de la familia tiene unas tres pantallas a su disposición, pero una familia promedio podía permitirse un aparato televisivo.
Bauer recibió la autorización de sus superiores, un presupuesto de 2500 dólares y la ayuda de otros dos ingenieros: Bill Harrison y Bill Rush (había muchos “Bills”). El pequeño aparato creado por este trío fue llamado “The Brown Box” (la Caja Café) debido a que la forraron con un recubrimiento parecido a la formica que semejaba la textura de madera. Había nacido la primera consola de videojuegos de la historia.
Imagina el impacto de este aparato, la revolución que significó en el mundo que, cuando Baer fue a la oficina de patentes a registrarlo, obviamente tuvo que mostrarlo y la conectó a la televisión de la oficina del examinador, y según contaba el mismo Baer, “en menos de quince minutos, cada examinador en el piso de ese edificio ya estaba en la oficina ansioso de probar el juego.”
Por si algún día quieres celebrarlo: la última patente oficial de la primera consola de videojuegos del mundo, la Brown Box, ocurrió el 17 de abril de 1973, porque sí, parece que pasaron aún varios años antes de que ésta llegara a su punto de perfección.
Magnavox Odyssey
Como en toda historia de un invento revolucionario, nadie quiso comprar la Caja Café. A ningún fabricante de televisiones le interesaba, ¿quién iba a querer jugar con la televisión? Qué cosa tan absurda e inmadura, no tenía potencial.
Fue en 1971 que la compañía Magnavox supo ver el tesoro que Baer les había llevado. Así que la compraron y rebautizaron como Magnavox Odyssey, que salió a la venta oficialmente en abril de 1972. Fue el objeto mejor vendido de Sanders Associates, quienes produjeron alrededor de 340,000 unidades. ¿Quieres hacer una comparación? La consola de 1993, Atari Jaguar, vendió menos de 250,000.
Y tú pensarás, ¿pero no fue Pong el primer videojuego? No lo fue. Pong fue sólo el remake de una idea de Baer, un juego llamado Table Tennis. Porque el Magnavox Odyssey contó con 12 juegos en su catálogo, y uno de ellos inspiró a los creadores de Pong. El por qué el mundo sigue creyendo que Pong tiene el crédito es, precisamente, culpa del creador de Pong.
Odyssey vs Atari
No creas que Baer se dejó así como así: demandó a Nolan Bushnell, director de Atari Inc., por haber plagiado sus ideas. Y ganó las demandas, no sólo contra Atari, sino contra otros muchos competidores que, para esas fechas, ya sabían de la idea que Baer había desarrollado casi 20 años antes.
Baer y Bushnell pelearon el resto de sus vidas. Y prácticamente, si creemos que Atari lo inició todo, fue porque Baer se cansó de pelear con Bushnell que “siguió repitiendo la misma historia sin sentido durante 40 años”, así que no se preocupó en desmentirlo: la verdad estaba registrada.
Baer creó aún dos versiones más de su consola para continuar compitiendo contra Atari: el Odyssey 100 y el Odyssey2 (“al cuadrado”). Su reconocimiento como el padre de los videojuegos tardó en llegar, pero en la actualidad ya se le hace justicia.
A este ludomaniaco electrónico también le debemos la creación del clásico juego de patrones y colores Simon (1978) y la secuela Super Simon (1979) que desarrolló con Milton Bradley, así como otra serie de juegos clásicos de aquellos años dorados de la electrónica.
El reconocimiento llegó un poco tarde, pero llegó: iniciado el siglo XXI, Baer comenzó a recibir premios y reconocimientos por su labor en el ámbito creativo de la electrónica, un par de ellos póstumos: el señor Baer murió el 6 de diciembre de 2014, a la edad de 92 años. Burshnell, su eterno enemigo, declaró que “su contribución al ascenso de los videojuegos no debe ser olvidada”. Sí… “contribución”… bueno…
Así fue la vida de un hombre que encontró una posibilidad en el mercado y el entretenimiento, y aprovechó una tecnología naciente para crear otra desconocida, pero lo bastante poderosa como para reunirnos en esta nota. Si te gusta pensar en líneas temporales, ahora puedes decir que una de las consecuencias de la persecución Nazi a los judíos fue la creación de los videojuegos.