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Toda historia tiene un comienzo, y la de Ramón Juárez nos lleva hasta el patio trasero de su casa, en Río Verde, San Luis Potosí. Dentro de sus 130,000 habitantes, un niño de tres años pasaba las tardes enteras jugando al fútbol con su hermana y su papá.
Potosino de nacimiento, pero americanista de corazón, Ramón pasaba los días junto a su familia, pero especialmente con su padre Carlos. Fue él quien acompañó al futbolista mexicano a dar sus primeros pasos, pues tenía un equipo de fútbol infantil y no dudó en incorporar a su hijo.
Pero no sólo eso, Carlos también se encargó -quizás de manera involuntaria- de presentarle a su hijo al que se convertiría en el club de sus amores. Para la familia Juárez era imperdonable perderse un partido de las Águilas, y con Guillermo Ochoa en el televisor, Ramón, sus hermanos, y sus padres, disfrutaban de apoyar al equipo azulcrema.
Fue ahí, en una de esas tardes de sábado, que el ahora central azulcrema soñó con algún día llegar a la primera división y que toda su familia se reuniera para ver sus partidos por el televisor.
Ramón creció, y el sueño que por mucho tiempo vio lejano, de pronto no lo estaba tanto. A los 14 años recibió la oportunidad para formar parte de las Fuerzas Básicas de Coapa. Curiosamente, cuando parecía recibir la mejor de las noticias, comenzó a vivir una de sus peores etapas. Dejar a su natal Río Verde no iba a ser sencillo, y mucho menos a su familia. Alejarse de ellos fue, quizás, lo más difícil de superar, al punto de haberse querido regresar y abandonar por siempre su sueño. Fue justamente su familia la que impidió que Ramón tirara la toalla, buscando la manera de estar cerca de él, visitándolo cuantas veces era posible aunque esto representara un gran esfuerzo a todos los niveles.
Fue en una de esas visitas que llegó la promesa que llenaría de fuerza y motivación al joven mexicano. Al ver lo que su familia estaba dispuesta a hacer para verlo cumplir su sueño, él se encargó de prometerles que todo ese esfuerzo algún día se iba a ver compensado. “Voy a hacer que valga la pena”, fueron las palabras de Ramón.
Hoy, ocho años después, Juárez puede decirle a su familia, con orgullo, que dicha promesa no quedó en eso, y que todo ese esfuerzo finalmente se está viendo reflejado.
No ha sido un proceso sencillo para el seleccionado y capitán de la sub 23 de México, quien ha tenido que esperar varios años por que llegara este momento, incluso saliendo de la institución en busca de minutos. Puebla y Atlético de San Luis fueron los clubes que confiaron en él y en los cuales logró crecer a nivel personal y profesional.
Bien dicen que la suerte te tiene que encontrar preparado. Ramón Juárez comenzó el torneo con las Águilas cómo la quinta opción en la defensa central, por detrás de Israel Reyes, Néstor Araujo, Sebastián Cáceres y Emilio Lara. Hoy, las desafortunadas lesiones y circunstancias lo han puesto ahí, pero es su trabajo el que está hablando y respondiendo en la cancha para consolidarse como una opción segura en la zaga azulcrema.
Familiar, centrado y muy cercano a Dios. Así se describe a sí mismo Ramón Juárez, quien sabe que aún le queda un largo camino por recorrer y que esto apenas es el comienzo. Eso sí, la frase que lo acompaña día a día no ha cambiado: “Voy a hacer que todo valga la pena”.