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A menos que hayas vivido todo el 2020 bajo una piedra, sabes que The Last of Us parte II fue el juego más galardonado de ese año y que fue uno de los más polémicos desde el momento en que salió al mercado. ¿Pero de verdad merecía todos los premios que le dieron como mejor juego del año? O te lanzo otra pregunta, ¿de verdad merecía todo el odio que tuvo?
Sin dudas, The Last of Us fue un juego que llevó los límites del medio al máximo. Es el ejemplo de libro de texto cuando se abre el debate sobre si los videojuegos son o no una forma de arte. Su historia fue magistral, ambientada en un mundo de ficción asentado en la realidad, con el drama humano por delante. Inspirada en obras como The Road, la historia de la figura paterna que debe llevar a puerto seguro a un niño especial durante una época de tribulaciones conectó con gamers en todo el mundo, porque hablaba un lenguaje universal. Y si encima le sumamos el hecho de que la dirección de arte, el diseño sonoro, el soundtrack y la jugabilidad fueron espectaculares, tenemos un clásico instantáneo.
¿Qué pasó entonces con la parte 2? ¿No debía ser un éxito asegurado? Pues, en teoría, sí. Durante años, los fans pidieron una secuela al gran éxito de Sony. Pero, cuando por fin llegó, el mundo del gaming se rompió en dos bandos, los que amaban The Last of Us parte 2 y los que lo odiaban por “echar a perder la historia”. Antes de que siquiera pasaran 24 horas de haber salido el juego al mercado, el público hizo review bombing; es decir, llenar de malas calificaciones todos los sitios de reseñas, para darle mala reputación al título. ¿La razón? La supuesta “inclusión forzada”.
Y es que mientras que el protagonista de The Last of Us era Joel, un héroe arquetípico, hombre blanco heterosexual, figura paterna aguerrida, templada, sobria y fuerte, la protagonista de la secuela es Ellie, una mujer adolescente que cometió el imperdonable pecado de ser lesbiana. De acuerdo con una base innecesariamente amplia de jugadores, “no había razón para que Ellie fuera lesbiana”, como si hubiera razón por la que alguien sea o no homosexual en el mundo. Pero claro, los detractores decidieron deliberadamente no tomar en cuenta que conocíamos, desde hacía años ya, la orientación sexual de Ellie. En el DLC Left Behind, pudimos jugar como Ellie y conocer más de su historia antes de conocer a Joel. En específico, vimos cómo se desarrolló su relación con una amiga suya, con quien terminó teniendo un momento romántico que culminó en un beso. Un beso entre mujeres, pero qué escandaloso.
A esta controversia, de tener una lesbiana como protagonista, se unió el hecho de que Abby, la principal antagonista de la secuela, tenía un cuerpo diverso. Abby es musculosa, no convencionalmente femenina y no tiene las curvas a las que los modelos femeninos del gaming están acostumbrados. Esto hizo creer a mucho que Abby, en realidad, era una persona transexual y esa información falsa no hizo más que avivar las llamas de la supuesta “inclusión forzada”. Porque, claro, si una mujer no luce como Samus o Lara Croft y, en cambio, es musculosa, no hay otra explicación más que sea una mujer trans.
La verdad es que, todo lo demás constante, The Last of Us parte 2 es un gran juego, con una historia atrapante, drama humano en casa paso, y una jugabilidad mejorada de su predecesor. Es un juego que, para nada “mancha” el legado de The Last of Us y terminarlo es sumamente satisfactorio. Pero eso no lo hace el mejor juego del año, y ése es el problema.
La discusión se manchó por las diferentes agendas en contraposición. Quienes balbuceaban la frase “inclusión forzada” como si significara algo, y quienes, para quedar bien con los tiempos modernos y ser políticamente correctos, decidieron dar un volantazo violento hacia el otro lado y darle todos los galardones habidos y por haber, para demostrar que el otro bando estaba equivocado.
Hubo grandes candidatos para juego del año y quizás pocos le podían hacer competencia a The Last of Us Parte 2, pero hubo un juego que eclipsado por completo. Nos referimos a Ghost of Tsushima, el título de mundo abierto situado en el Japón feudal durante la invasión mongola, desarrollado por Sucker Punch. Ghost of Tsushima es considerado, por los propios japoneses, como el mejor juego sobre su cultura desarrollado en occidente. El título tiene un desarrollo visual que le da dos vueltas y media a The Last of Us parte 2, y un sistema de combate y progresión que hacen sentir a The Last of Us Parte 2 como una reliquia de la década pasada. Ghost of Tsushima, una IP nueva, tomó al mundo por sorpresa y se volvió un clásico instantáneo, uno de los juegos de PlayStation mejor vendidos, y el juego first-party que se vendió más rápido en la historia de PlayStation, con más de 5 millones de copias vendidas entre julio y noviembre de 2020.
Los fans, la crítica, los medios especializados, todos aman Ghost of Tsushima, ya que se trata de, posiblemente, el juego que mejor representa la época en la que está situado, muy apegado a la realidad, y que mejor nos permite vivir una fantasía samurái en toda su gloria. El juego es prácticamente perfecto. Pero le tocó la mala pasada de salir el mismo año que The Last of Us parte 2, y en una época en la que las agendas y los choques culturales están a flor de piel en cualquier rincón de Internet.
Y es por eso por lo que The Last of Us parte 2 no merecía ser juego del año, pero tampoco merecía todo el odio que recibió, por las razones equivocadas. En realidad, este título nos sirvió como termómetro del machismo, la misoginia, la homofobia y la transfobia que todavía existen, por desgracia, en el mundo del gaming. Porque ante cualquier esperanza de tener personajes más diversos, el odio y la ignorancia se hacen más presentes. Porque si el héroe estereotípico fue reemplazado por la mujer, y más una mujer sexualmente diversa, entonces sólo es forzar la situación para servir una agenda.
Decidimos hablar de The Last of Us parte II como parte de la conmemoración del día Internacional de la Mujer, porque toda su controversia nos deja ver que todavía hay mucho camino por recorrer. El gaming no es un mundo exclusivo de los hombres, ni detrás del control ni dentro de la pantalla. La mitad de las jugadoras somos mujeres, pero esa cifra no está ni siquiera cerca si vemos el número de protagonistas femeninas o, incluso, del número de mujeres trabajando en la industria.
Dejemos el odio de lado, aunque sea poco a poco, y abramos la mente. Porque, por desgracia, el odio no permitió que una gran cantidad de jugadores disfrutara de The Last of Us parte 2, una joya del gaming moderno, le pese a quien le pese.